viernes, 11 de septiembre de 2015

Una tarde de aquellas...

Llegó tarde a su cita, la esperaba el director de recursos humanos de la compañía. Había mandado su currículo a un reclutador de talentos para conseguir ese trabajo soñado, donde podría expresar y aplicar sus habilidades. Como diseñadora textil había cursado sus estudios en la Universidad Autónoma de México.
La esperaba el Lic. Ramírez, pasaban los 15 min de las 5 de la tarde, hora agendada para la cita. Aun así él la recibió, ese currículo era demasiado bueno así que dejó  pasar ese detalle de la puntualidad. La secretaria la llamó, al escuchar su nombre para su asombro se puso de pie, caminó hacia una puerta metálica color verde, en su marco tenía  colgado un pequeño letrero con  una leyenda “Recursos Humanos” y por la parte inferior “Lic. Silvestre Ramírez Guajardo”. Tímidamente entro sosteniendo fuertemente un folder de piel en sus manos, como si su vida entera estuviera ahí dentro, y lo estaba.
La invitó a sentarse, lo cual hizo sin el mas mínimo ruido, sintiéndose muy apenada por el retraso. Observó que el Lic. Ramírez  tenía la mirada clavada en una hoja de papel y sin ni siquiera mirarla comenzó un cuestionario. Comenzó preguntando desde sus estudios hasta su último trabajo.
Al final  la entrevista el Lic. Ramírez cerró con una última pregunta, a la que respondió con entusiasmo, explicándole al Lic. Ramírez que su deseo de trabajar en esa fábrica Textil era tener la oportunidad de aprender y crecer, colaborar con otros diseñadores y que además requería de una percepción económica para poder mantener a su hija de 5 años de edad.
Salió de la Reunión con la incertidumbre si el puesto era de ella o no, antes de ir a su casa paso a la farmacia a comprar un refresco, lo necesitaba tenía la boca seca. Con el Celular en la mano caminó hasta la parada de camión más cercana, no quiso tomar el metro por si la llamaban, no podía darse el lujo de perder señal y no la contacten aminorando su posibilidad de obtener el puesto. En el trayecto a su casa cada túnel la ponía nerviosa, no podía dejar de ver las barras de señal de su aparto móvil. De la nada el camión se detuvo, no entendía por qué, no era el sitio para hacerlo, escuchó al chofer indicar que una llanta se había ponchado, “¡solo eso me faltaba!” gritó, tenía que llegar a su casa antes de las 7 de la noche para estar con su hija, a esa hora la vecina que se ofreció a cuidarla tenía que salir.
Se bajó del camión y cruzo la avenida, caminó hasta la esquina más cercana con  la esperanza que un taxi la recogiera, todos los que pasaban ya llevaban pasaje. Pasaron más de 20 minutos, no tenía ya opción de tomar otro camión, estaba ya lejos para caminar hasta ahí.
El cielo se nublaba y la amenaza de lluvia cada vez era más fuerte. Las nubes se ponían más obscuras y los tronidos hacían su aparición como invitado estelar, lo que la hizo recordar que por la prisa no había llevado su paraguas, “¡solo eso me faltaba!” repitió asumiendo que la ponchadora de llanta no era la única infortuna que tendría esa noche.
Caminó más de dos cuadras, el sentido de los coches iba opuesto a ella, obligándola  a caminar hacia atrás para seguir esperando ver un taxi libre. Empezó a llover leve, “!menos mal¡” pero no termino de hacerlo cuando la lluvia de dejó caer brutalmente empapándola de pies a cabeza. ¡Mi Celular! Pensó sintiendo como el palpitar de su corazón aceleraba su paso, no podía ni mojarse ni mucho menos apagarse, seguía a la espera de esa llamada que le cambiaría la vida. Ante su desesperación comenzó a correr, los tacones no la dejaban avanzar al paso que quería asi que optó por quitarse los zapatos.
Habían pasado más de 20 minutos. El reloj marcaba las 6.33 pm y la lluvia no cedía. Seguía buscando un taxi, no podía creer que no haya al menos uno  libre, “¡en qué momento se le poncho la llanta a ese mugre camión!” Pensó con  desesperación de no poder hacer nada. Sin poder avanzar más y con sus pies muy  lastimados, no le quedo más opción que tomar que sentarse en  banqueta. Empapada y desesperada se soltó a llorar, busco remedio en su celular pero el agua ya lo había silenciado.
La consoló el hecho que para esa hora ya la oficina del Lic. Ramírez estaba cerrada. Esa esperada llamada no sería esa catastrófica tarde.
Sentada en esa banqueta, mojándose permaneció llorando sin saber cuánto tiempo había pasado. Entendió que por más esfuerzos que hiciera, la suerte no la dejaría llegar a tiempo a su casa.

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