¿Realidad es
lo que vemos? o más bien lo que sentimos. Será que a lo mejor es lo que
imaginamos o pretendemos. ¿Cuántas realidades podemos tener? La que palpamos o
la que al extender el brazo, tratamos de alcanzar. ¡Mi realidad es totalmente
otra!
Mis ojos
perciben figuras y sombras que, al menos la realidad de los otros,
no están ahí. Todo comenzó cuando aún era un infante, ahí acostado en mi cama
al despedir de mi madre cada noche, ellas llegaban. El primer sentimiento, y
ahora lo entiendo, fue miedo. En ese entonces solo era un dolor de estómago que
subía y bajaba al paso de las sombras y se calmaba al salto de las figuras. Y con
el paso del tiempo servirían para conciliar el sueño, y más adelante me
proveían de la seguridad de sentirme que seguía vivo.
El miedo,
dolor y angustia me hacen acordarme que lo que veía era mi realidad y que aún
respiraba. Al menos de eso no moriría y hasta ahora no he muerto. Seguramente
cuando deje de sentirlos, ya no pertenecerá a la realidad de los demás. Quiero
pensar que al morir o más bien al no ser ya más visto por otros, únicamente lo
que estará en mí será esta realidad y sentimiento que no comparto, queriendo
siempre pensar que será eterna, aun cuando mi cuerpo deje de serlo, pasando a
ser alojado en otra cosa.
Mi vida es muy
normal, en la realidad que sí comparto. Rutinaria agonía que día a día sufro,
hasta el caer de la noche, soledad taciturna que además de proveerme de paz, me
lleva a esta realidad que anhelo algún día solo exista. Así escribiendo esto
ahora me caigo en un hoyo abismal desconociendo su final. Realizo que prefiero
no conocerlo ¿para qué? con nada que anticipar solo me resta esperar y seguir
cayendo.
Seguir
fingiendo una normalidad falsa, un ser que no existe en mí. Con qué facilidad
puedo engañar y actuar la realidad de los demás. Obligación de sentir
aceptación, fingir a plena luz del día y regresar a mí en la oscuridad de la
noche. Cerrar los ojos para poder ver, admirar este mundo que he construido y
seguir tejiendo entrelazando la perfección anhelada; poniéndolo en pausa al
abrirlos regresando a la ceguera de la realidad compartida. A ese mundo
compartido que no es mío, al no anhelar nada en él y no interesarme su evolución
resbala de mí, aferrándome más al otro y anhelando poder cerrar los ojos
eternamente. Así no pausar nunca más, no esperar para poder crecer y ser feliz
en un lugar solo mío. Sin interrupciones ni contratiempos tejer y tejer mi
destino sin compartir, sin fingir y sobretodo sabiendo que lo que veo es real.